Huella de carbono y alimentos, ¿qué relación hay?
En los últimos años están apareciendo diversas iniciativas que tienen como objetivo consumir alimentos cercanos para reducir la huella de carbono y ser respetuosos con los derechos de los trabajadores como de los propios seres vivos (en el caso de consumir carne o pescado). Un ejemplo de ello son las personas que toman una dieta vegetariana. Hay muchas razones para hacerse vegetariano, pero algunos de ellos consideran que no tomar carne o pescado es una pequeña contribución para frenar la crisis ambiental y ecológica, así como la sobreexplotación de recursos naturales. Por norma general, la demanda de agua virtual, la huella ecológica y la huella de carbono asociada a los productos cárnicos o pesqueros es mucho más elevada que la que está asociada a los productos vegetales, las legumbres o los cereales.
Qué es la huella de carbono
La huella de carbono es la cantidad total de gases de efecto invernadero que se emiten por efecto directo o indirecto en la producción de un producto. Se trata de un indicador que tiene como fin saber el total de gases de efecto de invernadero que están asociados a la producción de un producto para posteriormente iniciar estrategias de reducción o de compensación. Un concepto similar al de la huella de carbono es el de la demanda de agua virtual, que hace referencia a la cantidad de agua necesaria para producir una unidad de un producto.
En alimentación, como hemos comentado, la demanda de agua virtual o la huella de carbono de los productos cárnicos y pesqueros suele ser más alta que para los productos vegetales. En términos estrictos de huella de carbono, el transporte supone entre un 20 y un 80% de la huella de carbono de la alimentación, por lo que las iniciativas que abogan por consumir productos locales o de cercanía son indudablemente un buen modo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
En cualquier caso, no es sólo el transporte la actividad lo que afecta a la huella de carbono: la mecanización agraria, el uso de fertilizantes y herbicidas, el empaquetado y el envasado también generan una mayor huella de carbono, hasta el punto de que es posible encontrar un producto orgánico procedente de Sudamérica en un restaurante de París con una huella de carbono menor que el mismo producto producido de modo convencional.
Iniciativas ciudadanas que inciden en la reducción de emisiones
Las iniciativas que a partir de ahora comentamos tienen como objetivo establecer un equilibrio entre el modelo de producción de los alimentos y el transporte. Una combinación entre estos dos aspectos puede permitir una reducción importante de las emisiones de GEI asociadas a la alimentación.
En primer lugar están los grupos de consumo agroecológico. Se trata de grupos de consumo basados en la proximidad y la confianza entre productores y consumidores. En España nacieron a finales de los años 90. En un primer momento todos estos grupos comienzan distribuyendo verduras y hortalizas, pero si consiguen prolongarse en el tiempo pueden comenzar con la distribución de legumbres, lácteos, pan o miel entre otros. Esta modalidad de consumo puede reducir la huella de carbono entre un 20 y un 50%, aunque requiere un importante compromiso personal con el proyecto.
Otra iniciativa, aunque ésta mucho más regulada, es la agricultura y la ganadería ecológica. Se trata de la producción de alimentos que cuentan con la certificación y la garantía de las instituciones de que su producción es ecológica. El principal problema de esta actividad es que los alimentos ecológicos son más caros que los alimentos industriales o producidos bajo medios convencionales. Se estima que la agricultura ecológica reduje las emisiones de GEI en torno a un 30% con respecto a la producción convencional.
Otra medida que se está poniendo en marcha en los últimos años es la etiqueta de carbono. Está presente en algunos países como Gran Bretaña y está apareciendo ya en Francia. En España algunas de las grandes cadenas de distribución de alimentos están considerando la posibilidad de implantarla. Con la etiqueta de carbono, el consumidor final tendría otra modo de saber qué coste ambiental tiene el producto que compra.
El consumo responsable es otro de los conceptos que debemos resaltar y está presente en todas las iniciativas que comentamos. Se trata de compatibilizar un impacto ecológico reducido con unas adecuadas condiciones laborales. La mayoría de asociaciones de consumidores ofrecen manuales de consumo responsable que inciden en estos hábitos. Algunas prácticas de consumo responsable muy comunes son las siguientes: evitar la compra de cosméticos en los que se experimente con animales, el consumo de huevos ecológicos o la negativa a consumir aceite de palma en los países occidentales.
Ya para ir terminando, también es importante hablar sobre el comercio justo. El comercio justo es una actividad que promueve una relación comercial justa y voluntaria entre consumidores y productores, respetando los derechos laborales, rechazando la explotación infantil y apoyando el desarrollo de países empobrecidos o en vías de desarrollo. El comercio justo tiene como contrapunto su elevada huella de carbono asociada al transporte.
El último movimiento que queremos destacar es la cultura Slow Food, un movimiento iniciado en los años 80 por el gastrónomo italiano Carlo Petrini que pretende potenciar el consumo de productos locales con el fin de mantener la biodiversidad, luchar por la soberanía alimenticia y consumir productos de temporada. El movimiento Slow Food tiene movimientos análogos, como las Slow Cities o el Slow Movement.
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